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Santoral - 22 de Mayo


SANTA RITA DE CASIA. Nació en Roccaporena, aldea de Cascia, en la provincia de Perugia (Italia), hacia 1381. Recibió una buena educación cristiana en su casa y, desde jovencita, se sintió inclinada a abrazar la vida religiosa, pero, por acceder al deseo de sus padres, contrajo matrimonio con un joven, de carácter violento, que la estuvo maltratando brutalmente hasta que ella, con su bondad y paciencia, logró convertirlo de su comportamiento y acercarlo a Dios. Cuando el marido fue asesinado y sus dos hijos murieron en tierna edad, ingresó como religiosa en el monasterio de Santa María Magdalena que las agustinas tenían en Cascia. Fue una religiosa de vida santa, que dio a todos un ejemplo sublime de ardiente espiritualidad, espíritu de sacrificio y caridad. Era muy devota de la pasión de Cristo y, en un éxtasis, tuvo la experiencia mística de sentir que una espina de la corona del Señor se le clavaba en la frente. Murió en su monasterio el 22 de mayo de 1447. Es invocada como patrona de los imposibles.- Oración: Te pedimos, Señor, que nos concedas la sabiduría y la fortaleza de la cruz, con las que te dignaste enriquecer a santa Rita, para que, compartiendo en las tribulaciones la pasión de Cristo, podamos participar más íntimamente en su misterio pascual. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.




SANTA JOAQUINA VEDRUNA. [Murió el 28 de agosto, pero su memoria se celebra el 22 de mayo] Nació en Barcelona (España) el año 1783. De joven quiso ser carmelita, pero no la aceptaron. En 1799 contrajo matrimonio con Teodoro de Mas, del que quedó viuda en 1816. Formaron un matrimonio feliz y tuvieron nueve hijos. Como esposa y como madre, fue modelo de abnegación, prudencia y delicadeza. Dirigida por el P. Esteban de Olot, capuchino, inició la fundación de la Congregación de las Hermanas Carmelitas de la Caridad, en la que profesó en 1826 y que tenía como misión el cuidado de los enfermos y la educación y recuperación de las jóvenes expuestas a las insidias de la miseria y la ignorancia, apostolados a los que dedicó sus mejores energías. Murió en Barcelona el 28 de agosto de 1854. En 1959 fue canonizada por Juan XXIII, quien dijo de ella: «Conquistada por el amor de Dios y del prójimo, vivió heroicamente el Evangelio en todos los estados posibles a una mujer».- Oración: Señor, tú que has hecho surgir en la Iglesia a santa Joaquina Vedruna para la educación cristiana de la juventud y el alivio de los enfermos, haz que nosotros sepamos imitar sus ejemplos y dediquemos nuestra vida a servir con amor a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.




BEATO JUAN FOREST. Nació seguramente en Oxford (Inglaterra) el año 1471. De joven ingresó en la rama Observante de la Orden franciscana. Estudió en Oxford y recibió la ordenación sacerdotal. Pronto se acreditó como buen predicador y persona de vida santa. La reina Catalina de Aragón, esposa de Enrique VIII, lo escogió como capellán real y confesor suyo. Cuando el rey pretendió la anulación de su matrimonio y se enfrentó al Papa, los franciscanos observantes se pusieron de parte del Pontífice, y fueron suprimidos por decreto real en 1534. Juan Forest, antes estimado por el rey, fue encarcelado en Newgate, mas luego puesto en libertad. Siguió hablando y escribiendo contra la supremacía religiosa del monarca, por lo que fue apresado, torturado y finalmente, por negarse a abdicar de su fe, lo quemaron vivo el 22 de mayo de 1538 en la plaza de Smithfield, Londres.




BEATO PEDRO DE LA ASUNCIÓN. Nació en Cuerva (Toledo, España) hacia 1570. Entró de joven en la Orden franciscana y, hechos los estudios teológicos, recibió la ordenación sacerdotal. En su Provincia fue maestro de novicios, pero pronto, respondiendo a la demanda de sus hermanos del Extremo Oriente, marchó a Filipinas y al año siguiente, en 1601, pasó a Japón. Desarrolló su ministerio en el territorio de Nagasaki, de cuyo convento lo eligieron guardián. Por su mansedumbre y bondad fue muy estimado, y su discreción y discernimiento lo hicieron un excelente confesor y director de almas. Cuando se desató la persecución contra los cristianos, el P. Pedro se escondió en un pueblo y siguió ejerciendo el ministerio de manera clandestina, hasta que un apóstata lo delató. Sufrió cruel cárcel y fue decapitado en Kori el 22 de mayo de 1617, junto con el jesuita Juan Bautista Machado.

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San Atón de Pistoya. Para unos autores era español, natural de Badajoz, para otros era italiano. Ciertamente a comienzos del siglo XII era monje en el monasterio de Valleumbrosa (Toscana, Italia), del que fue elegido abad hacia 1120. Nombrado obispo de Pistoya (Toscana) el año 1134, continuó llevando una vida acorde con el espíritu monacal y, al mismo tiempo, visitando monasterios y participando en sus capítulos. Fue un hombre de paz en la vida política y en la vida eclesiástica. Defendió los derechos de la Iglesia. Se preocupó de los pobres y fundó o favoreció hospitales y otras entidades para su atención. Murió el año 1153.


San Ausonio. Primer obispo de Angulema (Aquitania, Francia) en el siglo IV o V.


San Basilisco. Obispo y mártir en Comana del Ponto, hoy Gumenek en Turquía, en el siglo IV.


Santos Casto y Emilio. Fueron arrestados por ser cristianos durante la persecución del emperador Decio y según escribe san Cipriano, condenados a las llamas, en un momento de debilidad apostataron; pero después abrazaron de nuevo la fe en Cristo y, condenados por segunda vez, el Señor los llevó a la victoria haciéndolos más fuertes que las llamas, ante las que habían cedido la primera vez. Su martirio tuvo lugar en África el año 203.


Santo Domingo (Lorenzo) Ngon. Nació en Luc Thuy (Vietnam) hacia 1820. Era un seglar cristiano convencido, campesino, casado y padre de familia. Durante la persecución de Tu Duc contra los cristianos, estuvo encarcelado, compro su libertad y quedó libre. Lo arrestaron por segunda vez, y los soldados le exigieron que pisoteara la cruz, pero lo que él hizo fue adorarla. Luego, ante el juez, confesó con firmeza y claridad su fe cristiana, por lo que fue decapitado inmediatamente. Esto sucedía el año 1862 en la ciudad de An-Xà (Vietnam).

San Juan. Fue abad del monasterio de San Juan Evangelista de Parma (Emilia, Italia) y, siguiendo los consejos de san Mayolo de Cluny, introdujo en su monasterio muchas normas y preceptos para promover la observancia de la disciplina monástica. Murió en torno al año 990.


Santa Julia. Virgen martirizada en la isla de Córcega, en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana.


San Lupo. Fue consagrado obispo de Limoges (Aquitania, Francia) el año 614. Formó parte de una pequeña comunidad de sacerdotes. Aprobó en el 631 la fundación del monasterio de Solignac. Murió el año 637.


San Miguel Ho Dinh Hy. Laico vietnamita, casado, mandarín, oficial del emperador y catequista, titubeó en sus creencias y buenas costumbres, pero cuando llegó la persecución contra los cristianos no dudó en confesar la fe en Cristo. Detenido por ser cristiano y sometido a torturas, tuvo la debilidad de delatar a algunos misioneros. Pero, al verlos arrestados, les pidió perdón. Ante el rey, que le propuso fingir una deserción para salvarlo, se declaró con firmeza cristiano y rechazó del todo género de apostasía. Lo decapitaron en An-Hoa (Vietnam) el año 1857.


Santa Quiteria. Se tienen muy pocas noticias históricas de su vida y, en cambio, abundan las leyendas. Se dice que era originaria de Galicia en España, que de jovencita se convirtió al cristianismo, que quiso vivir consagrada a Dios, que su padre quiso casarla y hacerla renegar de su fe, que huyó de casa y fue a parar al sur de Francia, que el novio o los emisarios del padre le dieron alcance y la decapitaron despiadadamente. El Martirologio Romano dice que esta virgen murió en Aire-sur-l'Adour (Aquitania, Francia). Es incierto en siglo en que vivió, posiblemente fuera el siglo V.

Beata Humildad. Nació en Faenza (Emilia-Romaña, Italia) el año 1226 en el seno de una familia noble y rica. Contrajo matrimonio muy joven y tuvo dos hijos, que murieron en la infancia. El marido le estuvo dando mala vida hasta que cayó enfermo y el amor con que ella lo trató lo hizo cambiar de conducta. De mutuo acuerdo entraron en religión, él para hermano converso y ella para monja. Pasó por varios monasterios y experiencias hasta que fundó, en Faenza, un monasterio de la Orden de Valleumbrosa, del que fue la primera abadesa. Años después fundó otro en Florencia, del que también fue abadesa y en el que murió el año 1310.

Beato Juan Bautista Machado. Nació en Angra, en la isla Tercera de las Azores, el año 1570. Deseoso de ser misionero, ingresó en la Compañía de Jesús en 1597 y, hecha la profesión, lo enviaron a Oriente. Estudió en Goa y Macao, y aquí recibió la ordenación sacerdotal. En 1609 marchó a Japón, y trabajó en Meaco hasta la expulsión de los misioneros en 1614. Pasó a la clandestinidad y siguió misionando en Omura y las islas de Goto, hasta que, delatado, lo detuvieron y lo llevaron a Kori, en cuya prisión se encontró con el franciscano Pedro de la Asunción. Se animaban mutuamente, y rezaban y celebraban la misa juntos, gracias a la benevolencia del gobernador. Los decapitaron juntos en la ciudad de Kori (Japón) en 1617.


Beata María Dominica Brun Barbantini. Nació en Lucca (Toscana, Italia) el año 1789. Contrajo matrimonio a los 22 años y quedó viuda cinco meses después estando embarazada. Entonces se dedicó a criar y educar a su hijo póstumo. Años más tarde comenzó a ocuparse de las mujeres solas y enfermas. Se le fueron uniendo compañeras con las que, en 1817, creó la Pía Unión de las Hermanas de la Caridad, la cual a su vez dio origen a la Congregación de las Hermanas Ministras de los Enfermos de San Camilo. Murió en Lucca en año 1868.


Beato Matías de Arima. Nació en Japón el año 1571 y a los 14 años ingresó en la Compañía de Jesús que le encomendó la misión de catequista. Durante la persecución contra los cristianos, estuvo a las órdenes del P. Provincial para llevar recados y documentos a los misioneros y a las comunidades perseguidas. Lo detuvieron por llevar consigo ropa de iglesia, y lo sometieron a torturas e interrogatorios para que revelara el paradero de los misioneros; no lo consiguieron. Le propinaron tantos y tales malos tratos, que murió en la cárcel cuando ya estaba condenado a ser crucificado. La muerte se produjo en la cárcel de Omura el año 1620.






PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

«¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya» (Rom 6,3-5).

Pensamiento franciscano:

Hablando de la fundación de la Orden franciscana, dice san Buenaventura: «Mientras moraba en la iglesia de la Virgen (Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula), madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada, y al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica» (LM 3,1).


Orar con la Iglesia:

Celebremos la bondad de Dios, que por Cristo se reveló como Padre nuestro, y digámosle de todo corazón: Acuérdate, Señor, de que somo hijos tuyos.

-Concédenos vivir con plenitud el misterio de la Iglesia, a fin de que encontremos en ella un sacramento eficaz de salvación.

-Padre bueno, que amas a todos los hombres, haz que cooperemos al progreso de la comunidad humana y al establecimiento de tu reino en ella.

-Haz, Señor, que tengamos hambre y sed de justicia, y que, para saciarlas, acudamos a nuestra fuente, que es Cristo.

-Perdona, Padre, nuestros pecados, y dirige nuestra vida por el camino de la sencillez y del amor.

Oración: Padre de bondad y de misericordia, que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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EL CENÁCULO Y LA TIERRA SANTA Benedicto XVI, Regina Caeli de los días 12 y 17 de mayo de 2009

Queridos hermanos en el episcopado.

Querido padre custodio:

Con gran alegría os saludo, Ordinarios de Tierra Santa, en este Cenáculo donde, según la tradición, el Señor abrió su corazón a los discípulos que había elegido y celebró el Misterio pascual, y donde el Espíritu Santo el día de Pentecostés impulsó a los primeros discípulos a ir y predicar la buena nueva.

«Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). El Cenáculo recuerda la última Cena de nuestro Señor con Pedro y los demás Apóstoles e invita a la Iglesia a una contemplación orante. Con estos sentimientos nos encontramos juntos, el Sucesor de Pedro con los sucesores de los Apóstoles, en el mismo lugar donde Jesús con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre reveló las nuevas profundidades de la alianza de amor establecida entre Dios y su pueblo.

En el Cenáculo el misterio de gracia y salvación, del que somos destinatarios y también heraldos y ministros, sólo se puede expresar en términos de amor. Dado que él nos ha amado primero y sigue amándonos, podemos responder con amor (cf. Deus caritas est, 2). Nuestra vida cristiana no es simplemente un esfuerzo humano por vivir las exigencias del Evangelio que se nos imponen como deberes. La Eucaristía nos introduce en el misterio del amor divino. Nuestra vida se convierte en una aceptación agradecida, dócil y activa de la fuerza de un amor que se nos ha dado. Este amor transformador, que es gracia y verdad (cf. Jn 1,17), nos invita a superar, individualmente y como comunidad, la tentación de replegarnos sobre nosotros mismos en el egoísmo, la indolencia, el aislamiento, el prejuicio o el miedo, y a entregarnos generosamente al Señor y a los demás. Nos lleva como comunidad cristiana a ser fieles a nuestra misión con franqueza y valentía (cf. Hch 4,13). En el buen Pastor, que da su vida por su rebaño, en el Maestro que lava los pies a sus discípulos, mis queridos hermanos, encontráis el modelo de vuestro ministerio al servicio de nuestro Dios que promueve el amor y la comunión.


Queridos hermanos y hermanas:

La Tierra Santa ha sido llamada un «quinto Evangelio», porque allí podemos ver, más aún, palpar la realidad de la historia que Dios ha realizado con los hombres. Comenzando por los lugares de la vida de Abraham hasta los lugares de la vida de Jesús, desde la Encarnación hasta el sepulcro vacío, signo de su resurrección. Sí, Dios ha entrado en esta tierra, ha actuado con nosotros en este mundo. Pero aquí podemos decir aún más: la Tierra Santa, por su misma historia, puede considerarse un microcosmos que resume en sí el camino fatigoso de Dios con la humanidad. Un camino que, con el pecado, implica también la cruz; y, con la abundancia del amor divino, también siempre la alegría del Espíritu Santo, la Resurrección ya iniciada; es un camino entre los valles de nuestro sufrimiento hacia el reino de Dios, reino que no es de este mundo, pero que vive en este mundo y debe penetrarlo con su fuerza de justicia y de paz.

La historia de la salvación comienza con la elección de un hombre, Abraham, y de un pueblo, Israel, pero su intención es la universalidad, la salvación de todos los pueblos. La historia de la salvación está marcada siempre por esta mezcla de particularidad y universalidad. En la primera lectura de hoy vemos bien este nexo: san Pedro, al ver en la casa de Cornelio la fe de los paganos y su deseo de Dios, dice: «Está claro que Dios no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea« (Hch 10,34-35). El objetivo más profundo de todo diálogo interreligioso es temer a Dios y practicar la justicia, aprender esto y abrir así el mundo al reino de Dios.

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EL AMOR LO PUEDE TODO Elogio de santa Joaquina de Vedruna

Joaquina de Vedruna puede presentarse como modelo para la mujer en todos los estados de la vida. Como dijo el papa Juan XXIII en la homilía de canonización, «conquistada por el amor de Dios y del prójimo, vivió heroicamente el Evangelio en todos los estados posibles a una mujer, hasta fundar una familia religiosa que encuentra en la caridad su única razón de ser». Fue madre de nueve hijos. Al quedarse viuda, crea el Instituto de las Hermanas Carmelitas de la Caridad, convirtiéndose así en madre y bienhechora de innumerables necesitados. Fue obsesión de toda su vida hacer la voluntad de Dios.

Como pequeña muestra del espíritu sobrenatural que animaba su vida, he aquí unos retazos tomados de sus cartas:

«Amemos a Dios sin cesar. Solamente el Señor, creador de cielo y tierra, ha de ser nuestro descanso y consuelo. Amor, y amor que nunca dice basta. Cuanto más amemos a Dios, más le querremos amar... Pongamos nuestro espíritu en Dios, quien todo lo puede, y emprenderemos lo que él quiera. Con Jesús y teniendo a Jesús, todo sobra. El Espíritu de Jesucristo no quiere sino practicar la caridad, la humildad y vivir en pobreza. Sí, avivemos la fe, tengamos confianza, practiquemos la caridad y alcanzaremos la bendición de la Santísima Trinidad. Pidamos a nuestra Madre, la Virgen Santísima, que, con su protección, ella nos guíe».

En fin la propia santa Joaquina de Vedruna redactó la fórmula de su profesión religiosa, en la que quiso sintetizar los ideales de su vida consagrada:

«Prometo entregarme en todo a la más fervorosa caridad con los enfermos y a la cuidadosa instrucción de las jóvenes».

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LA DEVOCIÓN A MARÍA EN SAN FRANCISCO Y SANTA CLARA DE ASÍS por Leonardo Lehmann, capuchino

María, virgen hecha Iglesia

Francisco no separa la alabanza de María de la alabanza a la Trinidad, que la ha escogido y la ha adornado de gracia por encima de toda criatura. Ni siquiera en su singular relación con Cristo, María ha sido separada de las otras dos personas divinas. Toda la Trinidad es la que obra y trabaja en María. Francisco, ni a nivel divino ni a nivel humano, contempla a María en sí misma: ella es vista en estrecha relación con el Dios uno y trino, y a la vez con la Iglesia y con el género humano.

«Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen hecha iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien» (SalVM 1-3).

El descubrimiento de la versión original [«María, virgen hecha iglesia» en lugar de «María siempre virgen»] arroja luz sobre la devoción mariana y eclesial del Santo de Asís. Los dos elementos, María y la Iglesia, han de verse en unidad y en mutua compenetración. Para Francisco, María es, en cierto modo, la primera iglesia consagrada por el Señor uno y trino.

Encontrándose en la capilla de la Porciúncula, en la cual y por la cual ha sido compuesto probablemente el Saludo, Francisco, juglar del Gran Rey y ahora de la santa Reina, eleva casi espontáneamente una alabanza a María. «Santa María de los Ángeles era para él no solamente la iglesita que había reparado y que tanto amaba, sino también la persona de María misma presente en aquel santuario, con los ángeles alrededor» (Pyfferoen-Asseldonk).

Como es consagrada aquella iglesita, así, en sentido más profundo, María es consagrada por el Padre, ya que la ha hecho virgen-madre del Hijo y tabernáculo del Espíritu Santo. María es la virgen hecha iglesia. A través del edificio concreto de la iglesita, Francisco piensa en María y, a través de María, en la Iglesia. María, al mismo tiempo virgen y madre de Dios, llega ser tipo de la Iglesia, imagen primordial de la Iglesia virgen y madre. Un concepto que nos es familiar gracias al descubrimiento del Concilio Vaticano II que, sobre la pista de los Padres, define a la Iglesia como «virgen y madre»: virgen en la escucha de la Palabra de Dios, y madre en la generación de nuevos hijos por medio de su apostolado.

Para Francisco, una iglesia y un altar es, ante todo, un lugar en el que se repite y se prolonga el prodigio de la Encarnación del Hijo de Dios -como una vez por medio de la Virgen, así ahora por medio del sacerdote-:

«Ved que diariamente se humilla, como cuando desde el trono real vino al útero de la Virgen; diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; diariamente desciende del seno del Padre sobre el altar en las manos del sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero» (Adm 1,16-21).

Por eso, se puede ver también en el Saludo a la Virgen una oda a la Iglesia. Aunque contenga una sola vez el término «iglesia», ella ofrece las motivaciones más profundas por la conocida sumisión y fidelidad de Francisco a la Iglesia (1 R 12,4; Test 6).

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo n. 107 (2007) 225-250]


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