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Santoral - 19 de Mayo

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SAN IVÓN DE BRETAÑA. Sacerdote secular, terciario franciscano. Ivón Hélory de Kermartin nació en su casa solariega próxima a Tréguier (Bretaña, Francia) el año 1253. Estudió teología en París, en la escuela de San Buenaventura, y derecho en Orleáns. En cuanto jurista, trabajó como juez en tribunales eclesiásticos y aplicó la justicia sin distinción de personas y favoreciendo la concordia; pero se consagró sobre todo, como abogado, a la defensa de las causas de los huérfanos, de las viudas y de los pobres y marginados de su tiempo. Acogía en su casa a los indigentes. Ordenado de sacerdote, regentó algunas parroquias y se dedicó a la predicación y formación cristiana del pueblo. Ya mayor, se retiró a su casa solariega donde vivió entregado a la oración, hasta su muerte acaecida el 19 de mayo de 1303. Santo patrón de los juristas.


SAN TEÓFILO DE CORTE. Nació en Corte (isla de Cerdeña, Italia) el año 1676. De joven entró en la Orden franciscana. Estudió filosofía en Roma y teología en Nápoles, donde recibió la ordenación sacerdotal. Cuando su vida se orientaba a la docencia de teología, santo Tomás de Cori lo conquistó para la causa de la reforma franciscana que había emprendido, y así se convirtió en propagador de los «retiros» de la estricta observancia dentro de la familia franciscana. Su vida se desarrolló luego en los «retiros» de Bellegra y Palombara (Roma), Zuani (Córcega) y Fucecchio (Florencia). A la vez destacó por su fervoroso apostolado popular en la predicación y en los ejercicios espirituales, en su asidua y prolongada dedicación al confesonario, en la atención a los enfermos y sobre todo a los moribundos, para los que siempre estaba disponible. Murió en Fucecchio el 19 de mayo de 1740.

SAN CRISPÍN DE VITERBO. Nació el año 1668 en Viterbo, ciudad italiana situada a unos 80 Km al norte de Roma. Huérfano de padre, la madre se ocupó de su educación religiosa. Hasta los 25 años trabajó en el taller de un tío suyo que era zapatero. En 1693 vistió el hábito capuchino. Optó por ser hermano lego para imitar a san Félix de Cantalicio. Estuvo en diversos conventos ejerciendo tareas domésticas hasta que, en 1709, fue trasladado a Orvieto, donde comenzó a ejercer el oficio de limosnero, en el que permaneció casi cuarenta años, dando admirables ejemplos de amor a Dios, devoción a la Madre de Jesús y caridad hacia el prójimo, en especial los pobres. Desde siempre se le ha llamado y con razón el santo de la alegría franciscana. Murió en Roma el 19 de mayo de 1750.- Oración: Oh Dios, que, por el camino de la alegría, elevaste a la cima de la perfección evangélica a tu siervo Crispín, concédenos, te rogamos, que por su ejemplo e intercesión practiquemos continuamente la verdadera virtud a la que prometes la bienaventurada paz en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


SANTA MARÍA BERNARDA BÜTLER. Nació en Auw (Argovia, Suiza) el año 1848, de una humilde familia campesina. En 1867 ingresó en el monasterio franciscano de María Auxiliadora, en Altstätten (Suiza), en el que, por su virtud y sus cualidades humanas, fue maestra de novicias y superiora de la casa. El obispo de Portoviejo (Ecuador) las invitó a misionar en su diócesis, y en 1888 María Bernarda y seis compañeras embarcaron rumbo a América. Allí, con mucha penuria y grandes dificultades, educaban a niños y jóvenes, animaban la liturgia, visitaban y asistían a enfermos, pobres y marginados. En 1895, ante la persecución religiosa desatada en Ecuador, marcharon a Colombia y se establecieron en Cartagena de Indias. Allí falleció María Bernarda el 19 de mayo de 1924. Lo que al principio era una fundación filial, se convirtió en la nueva congregación de las Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, que creció y se difundió. La canonizó Benedicto XVI el año 2008.


BEATA HUMILIANA DE CERCHI. Nació de familia acomodada el año 1219 en Florencia, donde murió el 19 de mayo de 1246. A los 15 años su padre la casó con un hombre rico, del que tuvo dos hijas, que la hizo sufrir mucho por su comportamiento y por el trato que le dio, sobre todo cuando descubrió que, con su cuñada Ravenna, se dedicaba a obras de piedad y era pródiga con los pobres y los enfermos. En 1239 falleció el marido confortado con los auxilios espirituales gracias a Humiliana, que lo cuidó con amor y paciencia. Volvió, sin las hijas porque se las retiró la familia del esposo, a casa de su padre, que quiso casarla de nuevo; ella se negó y pretendió entrar en las clarisas, pero su padre le embargó la dote. Entonces se retiró a la estancia más alta del palacio paterno y se consagró a la vida de penitencia y oración, sin poder continuar las obras caritativas como antes. En 1240 ingresó en la Tercera Orden de San Francisco. Sus restos se conservan en la iglesia de Santa Croce.


BEATOS JUAN DE CETINA Y PEDRO DE DUEÑAS. El beato Juan nació en Cetina (Zaragoza) el año 1340. Después de llevar vida eremítica, vistió el hábito franciscano en el convento de Monzón, noviciado de la Provincia de Aragón, donde estudió y se ordenó de sacerdote. Completó estudios en Barcelona y allí comenzó su actividad pastoral. Más tarde vivió retirado en el convento de la estricta observancia de Chelva (Valencia), hasta que, movido por el ejemplo de los mártires de Jerusalén (1391), Nicolás Tavelic y compañeros, quiso ir también él a anunciar la fe a los musulmanes. El Papa le dio permiso para predicar a los infieles de cualquier lugar, menos a los de Jerusalén, por la situación crítica creada por los anteriores martirios. Entonces marchó a Córdoba y de allí, en compañía del beato Pedro, hermano recién profeso, natural de Bujalance (Córdoba) y oriundo probablemente de Palencia, partió para Granada, donde predicaron, y los musulmanes los martirizaron el 19 de mayo de 1397.- Oración: Nos llena de alegría, Señor, el triunfo que compartieron como hermanos los bienaventurados Juan y Pedro; te rogamos que esta conmemoración aumente el vigor de nuestra fe y nos consuele al confiar en tan fieles intercesores. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


BEATO JUAN BAUTISTA (LUIS JAVIER) LOIR. Nació en Besançon (Francia) en 1720. El año 1740 vistió el hábito capuchino en Lyon, donde hizo la profesión y recibió la ordenación sacerdotal. Allí pasó la mayor parte de su vida, dedicado a la predicación, al confesionario y a la dirección espiritual, mientras se volcaba en la ayuda a los pobres. Tuvo, y conservó hasta su muerte, unos modales amables y elegantes y un carácter alegre. Desatada la persecución religiosa por la Revolución Francesa, no quiso jurar la Constitución civil del clero, y tras negarse a prestar el juramento de libertad-igualdad, fue arrestado en 1793 y condenado a la deportación. Lo encerraron junto a muchos otros sacerdotes y religiosos en una sórdida galera anclada frente a Rochefort, en condiciones inhumanas, sin higiene ni atención sanitaria, y cruelmente maltratados. Fue hallado de rodillas y muerto el 19 de mayo de 1794. Juan Pablo II lo beatificó, con 63 compañeros de martirio, en 1995.


BEATO RAFAEL LUIS RAFIRINGA. Nació en Mahamasina-Antananarivo, capital de Madagascar, el año 1856, en el seno de una familia pagana. Gracias a su encuentro con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, pidió el bautismo a los 13 años y a los 20 entró en su Congregación. Fue un hombre de Dios, a la vez que un hermano laico educador, catequista y literato, que formó a catequistas, organizó encuentros, reuniones y paraliturgias en todos los rincones de la isla, y que tradujo a la lengua malgache y compuso opúsculos y compendios de la doctrina católica, canciones y poemas. Cuando los misioneros extranjeros, que habían sido expulsados, regresaron a Madagascar, encontraron las comunidades cristianas más numerosas y fervorosas que cuando las habían dejado en manos del hermano Rafael. Es un modelo de laico implicado por completo en la evangelización, y de apóstol que supo arraigar el Evangelio en la cultura indígena. Murió en Fianarantsoa el 19-V-1919. Beatificado en 2009.


BEATA PINA (JOSEFINA) SURIANO. Nació en Partinico, provincia de Palermo (Italia), el año 1915, en el seno de una familia campesina. Deseó mucho ser religiosa, pero las circunstancias se lo impidieron. Desarrolló su vida en su pueblo, en su familia, en la parroquia y en la Acción Católica. Ingresó en ésta, como «benjamina», en 1922, y fue asumiendo responsabilidades hasta ser, en 1945, presidenta de las Jóvenes de A. C. Tres años después instituyó en la parroquia la asociación de Hijas de María, que presidió hasta su muerte. En 1932, contra los deseos de su madre que la quería casada, hizo voto de castidad. Llevaba una vida de intensa espiritualidad y de entrega al apostolado parroquial. En 1948 se ofreció al Señor como víctima por la santificación de los sacerdotes, ofrecimiento que coincidió con la aparición de una fuerte artritis reumática que le dañó el corazón. Murió de un repentino infarto el 19 de mayo de 1950, y fue beatificada el año 2004.

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San Adolfo (o Adulfo). Fue primero monje y luego abad del monasterio de Saint-Vaast de su ciudad natal, Arras. A partir del año 717 fue obispo de Arras y de Cambrai (Francia) al mismo tiempo. Murió el año 728.

San Celestino V, (o Pedro Celestino), papa del 7 de julio de 1294 al 13 de diciembre del mismo año. Nació en Isernia, región de Molise en Italia, el año 1215. De joven ingresó en un monasterio, pero luego llevó vida eremítica. Recibió en Roma la ordenación sacerdotal, con permiso para seguir su vida de anacoreta. Fundó una congregación de ermitaños, los Hermanos del Espíritu Santo, que luego se llamaron Celestinos. Era octogenario cuando lo eligieron papa. Pronto se convenció de que no estaba preparado para gobernar la Iglesia en las circunstancias políticas y religiosas de aquel momento y, al medio año de haber sido elegido, abdicó del papado. Quería seguir su vida eremítica, pero estuvo recluido en el castillo de Fumone (Lazio), donde murió en 1296.


San Dunstano. Nació en el condado de Somerset (Inglaterra) en torno al año 910. A raíz de una grave enfermedad se hizo monje y poco después recibió la ordenación sacerdotal. En el 943 lo nombraron abad de Glastonbury. Restauró y propagó la vida monástica, y trasformó su monasterio en el centro del nuevo monacato benedictino en Inglaterra. Promovió la concordia entre los monjes y las monjas prescrita por la Regla. El año 958 fue nombrado obispo de Worcester, al año siguiente, de Londres, y un año después, de la sede primada de Canterbury, donde murió el año 988.

Santos Partenio y Calógero. Fueron martirizados en Roma el año 304, durante la persecución del emperador Diocleciano.


San Urbano I, papa del año 222 al año 230. Era romano y, después del martirio de san Calixto I, gobernó con fidelidad la Iglesia durante ocho años. Lo sepultaron en el cementerio de San Calixto, en la Vía Apia de Roma.

Beato Agustín Novello. Nació hacia el año 1240, estudió derecho en Bolonia y, de regreso en Sicilia, fue prefecto de la corte del rey Manfredo de Sicilia con el que participó en una guerra de la que salió malherido. Para cumplir la promesa hecha entonces, ingresó en los Ermitaños de San Agustín como hermano lego, ocultando su cultura y su posición social. A raíz de un incidente en el que defendía a su Orden, se reveló su identidad. Se ordenó de sacerdote, lo nombraron penitenciario pontificio y, en 1298, lo eligieron prior general de su Orden. Dos años después renunció a tal oficio y se retiró al eremitorio de San Leonardo, cerca de Siena (Italia), donde murió el año 1309. Se distinguió por su profundo amor a la humildad y a la observancia monástica.


Beato José Czempiel. Nació en Polonia, de una familia de mineros, en 1883. De joven ingresó en el seminario de Breslau y se ordenó de sacerdote en 1908. Ejerció su ministerio en varias parroquias. Era un sacerdote celoso y entregado a su apostolado, y se preocupó de los problemas sociales de su tiempo, como el paro y el alcoholismo en el mundo de los trabajadores. Tras la invasión de los nazis, permaneció en su puesto hasta que lo detuvieron en abril de 1940. Fue a parar al campo de concentración de Dachau (Alemania). No tardó en derrumbarse su salud, por lo que lo declararon «inválido» y lo eliminaron en la cámara de gas, el año 1942.


Beato Juan de Santo Domingo Martínez. Nació en Manzanal de los Infantes (Zamora, España) en 1570. Cuando estudiaba en la Universidad de Salamanca, ingresó en los dominicos. Ordenado de sacerdote, lo destinaron a las Islas Filipinas, adonde llegó en 1601. Aprendió las distintas lenguas de los pueblos que le encomendaron, con mucho fruto apostólico. El año 1618 lo enviaron a la nueva fundación de Corea, pero no pudo ir más allá de Japón, donde se quedó sabedor de la falta de misioneros a causa de la persecución. Pronto lo detuvieron y lo encerraron en la cárcel de Suzuta, en la que murió de agotamiento en 1619.


Beato Pedro Wright. Nació en Slipton (Inglaterra) el año 1603. En su juventud dejó la fe católica y se hizo formalmente protestante. Después de unas peripecias en el ejército, volvió a la Iglesia Católica estando en Lieja (Bélgica). En 1629 ingresó en la Compañía de Jesús y, cursados los estudios correspondientes, se ordenó de sacerdote. Volvió a su patria con el ejército inglés en 1644, y luego quedó como capellán del marqués Winchester en Londres. Lo detuvieron en febrero de 1651, lo condenaron a muerte como reo de alta traición y lo ahorcaron en la plaza Tyburn de Londres el 19 de mayo de aquel mismo año.



PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Dijo Jesús a sus discípulos: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros» (Lc 6-36-38).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en su Regla: «Dondequiera que estén los hermanos y en cualquier lugar en que se encuentren unos con otros, deben tratarse espiritual y caritativamente, y honrarse mutuamente sin murmuración. Y guárdense de manifestarse externamente tristes e hipócritas sombríos; manifiéstense, por el contrario, gozosos en el Señor, y alegres y convenientemente amables» (1 R 7,15-16).

Orar con la Iglesia:

Oremos al Señor, nuestro Dios. Él es la roca de nuestro refugio y el fundamento de nuestra vida.

-Para que la Iglesia se edifique siempre sobre la roca, que es la palabra de Cristo.

-Para que la paz y la prosperidad de las naciones se fundamenten sobre la base de la justicia y la libertad.

-Para que los hombres de todas las religiones que se esfuerzan por agradar a Dios con sus buenas obras, lleguen a la fe en Jesucristo.

-Para que los cristianos sepamos escuchar las palabras de Jesús y las pongamos en práctica.

Oración: Inclina, Dios Padre, tu oído a nuestras súplicas y concédenos que tu Espíritu nos enseñe a escuchar y a vivir el mensaje del Evangelio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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CONSTRUIR LA VIDA SOBRE LA ROCA QUE ES CRISTO Benedicto XVI, Ángelus del 6-III-2011

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo [IX del TO-A] presenta la conclusión del «Sermón de la montaña», donde el Señor Jesús, a través de la parábola de las dos casas, una construida sobre roca y otra sobre arena, invita a sus discípulos a escuchar sus palabras y a ponerlas en práctica (cf. Mt 7,24). De este modo sitúa al discípulo y su camino de fe en el horizonte de la Alianza, constituida por la relación que Dios estableció con el hombre, a través del don de su Palabra, entrando en comunicación con nosotros.

El concilio Vaticano II afirma: «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía» (Dei Verbum, 2). «En esta visión, cada hombre se presenta como el destinatario de la Palabra, interpelado y llamado a entrar en este diálogo de amor mediante su respuesta libre» (Verbum Domini, 22). Jesús es la Palabra viva de Dios. Cuando enseñaba, la gente reconocía en sus palabras la misma autoridad divina, sentía la cercanía del Señor, su amor misericordioso, y alababa a Dios. En toda época y en todo lugar, quien tiene la gracia de conocer a Jesús, especialmente a través de la lectura del santo Evangelio, queda fascinado con él, reconociendo que en su predicación, en sus gestos, en su Persona, él nos revela el verdadero rostro de Dios, y al mismo tiempo nos revela a nosotros mismos, nos hace sentir la alegría de ser hijos del Padre que está en el cielo, indicándonos la base sólida sobre la cual debemos edificar nuestra vida.

Pero a menudo el hombre no construye su obrar, su existencia, sobre esta identidad, y prefiere las arenas de las ideologías, del poder, del éxito y del dinero, pensando encontrar en ellos estabilidad y la respuesta a la insuprimible demanda de felicidad y de plenitud que lleva en su alma. Y nosotros, ¿sobre qué queremos construir nuestra vida? ¿Quién puede responder verdaderamente a la inquietud de nuestro corazón? ¡Cristo es la roca de nuestra vida! Él es la Palabra eterna y definitiva que no hace temer ningún tipo de adversidad, de dificultad, de molestia (cf. Verbum Domini, 10). Que la Palabra de Dios impregne toda nuestra vida, nuestro pensamiento y nuestra acción, como proclama la primera lectura de la liturgia de hoy, tomada del libro del Deuteronomio: «Meted estas palabras mías en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a la muñeca como un signo y ponedlas de señal en vuestra frente» (Dt 11,18).

Queridos hermanos, os exhorto a dedicar tiempo cada día a la Palabra de Dios, a alimentaros de ella, a meditarla continuamente. Es una ayuda preciosa también para evitar un activismo superficial, que puede satisfacer por un momento el orgullo, pero que al final nos deja vacíos e insatisfechos.

Invocamos la ayuda de la Virgen María, cuya existencia estuvo marcada por la fidelidad a la Palabra de Dios. La contemplamos en la Anunciación, al pie de la cruz, y ahora, partícipe de la gloria de Cristo resucitado. Como ella, queremos renovar nuestro «sí» y encomendar con confianza a Dios nuestro camino.

[Después del Ángelus] Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española... Jesús nos dice en el Evangelio de este domingo que quien escucha sus palabras y las pone en práctica se parece a un hombre que construye su casa sobre roca. Esta roca firme sobre la que podemos construir nuestra vida es la fe en la Palabra de Dios. Fijando nuestros ojos en la Virgen María, aprendamos de ella a cumplir en todo momento la voluntad del Padre celestial para que, con la ayuda de la gracia divina, seamos transformados en imagen de Cristo y demos un testimonio eficaz de su vida y enseñanzas.

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OBREMOS CON ALEGRÍA, DEJANDO DE LADO LA TURBACIÓN De una carta de san Crispín de Viterbo a don José Smaghi, curial de San Blas

Me he alegrado al saber por la suya amabilísima que Vuestra Excelencia abraza de corazón las máximas santísimas que nos ha dejado nuestro amoroso Señor en el santo Evangelio; ahí se encuentra el camino seguro y cierto para andar según su santísima voluntad y también la ayuda para meditar en la vida y pasión de Cristo, que es escuela segura para no errar y practicar las santas virtudes.

Pero es necesario que Vuestra Excelencia se anime mucho y tenga valor para desechar toda turbación y temor. Porque esas cosas unas veces nacen de una indisposición natural, en otras ocasiones son obra del diablo y alguna vez vienen de causas externas. Pero de cualquier causa que provengan, Vuestra Excelencia vea el modo de desecharlas, y recuerde aquello que dice el Espíritu Santo en el Eclesiástico: Echa de ti la tristeza, que la tristeza perdió a muchos y no hay en ella utilidad. Si usted piensa en su propia tristeza, no disminuye el mal que le entristece, sino que aumenta la angustia. Por eso le exhorto a que se apoye en nuestro amoroso Señor que dice: Sin mí no podéis hacer nada.

Y si bien nosotros somos incapaces de hacer cosa buena, estamos sin embargo obligados a hacer cuanto podamos por nuestra parte. Por ello, previendo Vuestra Excelencia que le turba ir al confesonario o hacer cualquier otra cosa propia de su oficio para gloria de Dios, no por eso debe dejar de ir, sino que ha de realizarlo con alegría dejando de lado la turbación. Es más, procurando desechar todo pensamiento turbador que pudiera asaltarle, decir: «Voy a hacer la voluntad de Dios y voy por su amor»; y procure por su parte, tanto cuanto pueda, estar alegre en el Señor y distraerse en cosas buenas y santas cuando es asaltado por la melancolía. Yo no dejaré de encomendarle de todo corazón al amoroso Señor y a nuestra Santísima Madre para que le den gracia y fuerza y así pueda vencer todas estas dificultades.

Pero esté seguro de que su alma adelantará mucho, porque el amoroso Jesús nos manda todos estos trabajos para enriquecernos con mayor largueza con bienes celestiales. Nuestra vida, amigo mío, como dice el Apóstol, es una continua batalla, pero es signo de que estamos destinados por la misericordia de Dios a ser grandes príncipes en su Reino. Le escribiré sólo alguna vez, porque estoy más necesitado de ser instruido que de instruir. Por ello tome como maestro amoroso a Jesús y a su Madre Santísima y conocerá su voluntad. Ruegue por mí, pequeñuelo siervo, que le dejo en el corazón amoroso de Jesús y de María.

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LA DEVOCIÓN A MARÍA EN SAN FRANCISCO Y EN SANTA CLARA DE ASÍS por Leonardo Lehmann, capuchino

María, hija y esclava del Padre celestial

Los escritos de san Francisco se pueden dividir según su género literario en oraciones, cartas, avisos espirituales como las Admoniciones y el Testamento, y textos legislativos como las Reglas. Es muy significativo que en estos textos se hable de María casi exclusivamente en las oraciones. De esta simple constatación resulta un hecho evidente: Francisco no propone una doctrina sobre la Virgen, no discute con sus hermanos o con los fieles cuestiones mariológicas, sino que honra a la Virgen, dirigiéndole saludos y oraciones, como atestigua su primer biógrafo: «Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana» (2Cel 198).

Entre estas alabanzas particulares, figuran el Saludo a la bienaventurada Virgen María y la Antífona que encuadra cada uno de los salmos del llamado Oficio de la Pasión del Señor. Son textos poéticos, construidos sobre la falsilla de himnos litúrgicos. De estas dos oraciones marianas como también de otros fragmentos de los escritos, resulta que Francisco nunca nombra a María sola, sino siempre en relación con la Santísima Trinidad o, al menos, junto a su «amado Hijo Jesús». En el primero de los textos citados, María, en una primera estrofa, es saludada como elegida por Dios Trino y Uno, en una segunda como casa y madre de Jesús, y en una tercera como mediadora de la inspiración divina y de las virtudes. Incluso gramatical y estilísticamente se nota la veneración de Francisco por la Santísima Trinidad.

«Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen hecha iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien» (SalVM 1-3).

En línea con la alabanza de Isabel, que había reconocido a María como «bendita entre las mujeres» (Lc 1,42), Francisco señala el privilegio de María de haber sido elegida por Dios, exaltada sobre toda criatura, y hecha única entre todas las mujeres. Y no obstante todo esto, María permanece esclava. No es una diosa junto al único Dios, su condición excepcional es un don que le viene de aquel que le ha conferido esta dignidad. Francisco admira al altísimo sumo Rey, que se inclina con amor para escoger una criatura de baja condición, para enaltecerla en su benevolencia a la dignidad y a la acción de hija y esclava. Hija es aquella que recibe la vida, lleva el nombre de la familia, vive en la misma casa y se sienta a la misma mesa. Como hija se encuentra en la dignidad de recibir e intercambiar amor, de rendir culto y obediencia al altísimo sumo Rey, de tomar parte en la herencia y riqueza paterna que corresponde a la hija. Tiene derecho de dirigirse al Padre con el término filial de «Abbá-papá» (Rom 8,15-17). María es colocada así en la suma dignidad relacional de hija.

Pero enseguida, a María se la llama también «esclava». La unión de las dos palabras «hija y esclava» es muy significativa, porque expresa al mismo tiempo dignidad y disponibilidad. María llegó a ser Hija del Padre en el momento en que se declaró esclava del Señor. Sin embargo, su ser esclava y sierva no tiene en sí nada de servil. Es esclava del «altísimo sumo rey». Aquí Francisco proyecta todo su discurso cuando considera a María en su dignidad recibida por Dios, una dignidad que María misma ha expresado en el Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava (...) El Poderoso ha hecho obras grandes en mí (...) Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Lc 1,46-52).

En la Anunciación y en el Magníficat María proclama por dos veces que es la esclava colaboradora del Padre (Lc 1,38.48) en el proyecto de salvación. En el primer caso, declarándose disponible a la propuesta de maternidad; en el segundo caso, viéndose bajo la mirada del Padre, que obra en ella grandes cosas. Ella es elevada a la altura de reina, porque es hija de tal sumo Rey, servidora materna de tal Rey hacia su Hijo, Señor de la majestad. El último adjetivo-atributo celestial quiere indicar el origen y la meta de aquel que eleva a María a la dignidad de hija. El origen no es terreno, caduco, fugaz, temporal y falible, sino celestial, ante aquel que es eterno, verdadero, permanentemente vivo y real.

De esta manera, hija indica y define lo que Dios ha hecho en María, mientras el término esclava manifiesta cómo María se define y se revela a sí misma en relación con Dios, ante el cual pone cuidado en no pertenecer a sí misma, sino que se siente toda ofrecida a Dios, con una opción de vida de consagración virginal.


[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo n. 107 (2007) 225-250]









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