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Santoral - 11 de Mayo


SAN IGNACIO DE LACONI. Nació en Laconi (Cerdeña, Italia) el año 1701, de familia devota, numerosa, humilde. No frecuentó la escuela ni aprendió a escribir; hablaba el sardo y poco más. A los veinte años, superadas no pocas vacilaciones, vistió el hábito franciscano entre los capuchinos de Cagliari. Durante quince años vivió en diversos conventos sardos, ejerciendo los oficios de refitolero y limosnero rural. A partir de 1741 y casi hasta su muerte, acaecida en Cagliari el 11 de mayo de 1781, fue limosnero en la capital, dando a todos ejemplo de sencillez, bondad, amor. Su oficio le servía para hacer apostolado, en el que prestaba particular atención a los pobres y a los apartados de la vida cristiana; a los unos los ayudaba y consolaba, a los otros los llevaba, con su ejemplo, a la conversión. Dios lo enriqueció con especiales dones sobrenaturales y realizó muchos milagros por su medio.- Oración: Oh Dios, que has llevado al humilde e inocente san Ignacio de Laconi hacia la meta de la santidad por el camino del amor a los hermanos, concédenos imitar su caridad en provecho de los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


BEATO CEFERINO NAMUNCURÁ. Nació en Chimpay (Río Negro, Argentina) el día 25 de agosto de 1886. Su padre fue él último «gran cacique» de los indios mapuches, que tuvo que rendirse al ejército argentino. Tenía 11 años cuando lo llevaron a Buenos Aires a estudiar. Ingresó en el colegio «Pío XI» de los salesianos. Fue grande su esfuerzo por insertarse en una cultura que no era la suya. Progresó en los estudios y en las prácticas de piedad, se apasionó por el catecismo y se hizo simpático a todos. Quiso seguir los pasos de Domingo Savio. Concibió el propósito de ser sacerdote para evangelizar a su pueblo, pero por entonces enfermó de tuberculosis. Lo hicieron volver a su clima natal. Empezó a estudiar en Viedma con los aspirantes al sacerdocio. El Vicario Apostólico lo envió a Italia para que prosiguiera los estudios y tuviera una mejor atención médica. Entró en el colegio salesiano de Frascati, pero el 28 de marzo de 1905 tuvo que ser internado en el hospital Fatebenefratelli de la isla Tiberina de Roma, donde murió el día 11 de mayo siguiente. Era un fruto maduro de espiritualidad juvenil salesiana, que encarnaba los sufrimientos, angustias y aspiraciones de su gente mapuche. Fue beatificado el año 2007.

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San Antimo. Sufrió el martirio en Roma, en una fecha desconocida del siglo III.


San Francisco de Jerónimo. Nació en Grottaglie (Apulia, Italia) el año 1642. Decidido a seguir la vocación eclesiástica, estudió derecho civil y canónico así como teología en Nápoles. Recibió la ordenación sacerdotal en 1666 y se puso a trabajar como docente en un colegio de jesuitas. Cuatro años después ingresó en la Compañía de Jesús. Lo destinaron a dar misiones populares y a predicar ejercicios espirituales en la región de Nápoles. Predicó sin descanso tratando de atraer a los fieles a la recepción de sacramentos y a los pecadores a la conversión. También se dedicó y con intensidad al servicio pastoral de los marginados: presos, enfermos, galeotes y toda clase de indigentes. Murió en Nápoles el año 1716.


San Gengulfo. Era conde de Langres (Francia) en tiempo de Pipino el Breve. Lo asesinó en Varennes un amante de su mujer el año 760.


San Gualterio. Nació en el castillo de Conflans (Aquitania, Francia), de familia distinguida, a principios del siglo XI. Sintió la vocación religiosa e ingresó en la comunidad de canónigos regulares agustinos de Dorat, en la que estudió y se ordenó de sacerdote. Hubo problemas en la vida de la comunidad, y él regresó a Conflans. Entonces los canónigos regulares de L'Esterp, en la región de Limousin, convencidos de su virtud y talento, lo llamaron y lo eligieron superior. Sobresalió como confesor y director de almas, a la vez que resplandeció por su mansedumbre para con sus hermanos y su caridad hacia los pobres. Murió el año 1070.


San Mamerto. Obispo de Vienne (Francia) que, a raíz de los incendios que sufrió su ciudad, instituyó tres días de rogativas en las fechas anteriores a la Ascensión del Señor, con oración, ayuno y procesión pública; estas rogativas se extendieron a toda la Iglesia y se mantuvieron durante siglos. Murió el año 475.


San Mateo Le Van Gam. Era un seglar vietnamita nacido en 1813, ferviente cristiano, casado y padre de familia. Se ofreció para trasladar en su junco a los misioneros provenientes de Europa desde Singapur a Vietnam y a facilitarles el ingreso clandestino en su país. Lo detuvieron en el segundo de tales viajes, lo interrogaron y lo torturaron para que apostatara de su fe, en la que, por el contrario, permaneció firme. Después de un año de cárcel lo decapitaron en Saigón el año 1847 por orden del emperador Thieu Tri.


San Mayolo. Nació en Avignon (Francia) en el primer cuarto del siglo X de familia muy rica. Pronto quedó huérfano. Siendo todavía muy joven consiguió el cargo de arcediano de la catedral de Maçon. Se hablaba de él para obispo cuando decidió ingresar en la abadía de Cluny. Teniendo en cuenta su sabiduría y sus virtudes, los monjes lo eligieron abad de tan famoso monasterio el año 965. Durante su gobierno continuó extendiéndose la influencia de Cluny y su prestigio. Se le tenía por un modelo de perfecta vida monástica. Permaneció firme en la fe, seguro en la esperanza, rico de caridad, y reformó muchos monasterios en Francia e Italia. Fue amigo de Otón II, que quiso hacerlo papa, a lo que él se negó. Cuando iba de viaje a París para visitar al rey Hugo Capeto, murió en Savigny (Borgoña) el año 994.


San Mayulo. Lo martirizaron en Adrumeto, al norte de África, arrojándolo a las fieras. Esto sucedió en fecha incierta del siglo II o III.


San Mocio. Sacerdote martirizado en Bizancio (en la actual Turquía) en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana.

Beato Gregorio Celli. Nació en Verucchio, en la región de Emilia- Romaña (Italia), el año 1275, de familia noble. Siendo aún adolescente, decidió abrazar la vida religiosa e ingresó en el monasterio de la Orden de los Ermitaños de San Agustín que había en su pueblo y que había fundado su madre. Allí se ordenó de sacerdote. Años más tarde, muerta ya su madre, chocó con sus hermanos de religión, porque él quería una mayor observancia religiosa y su vida era un reproche a los demás. Tuvo que marcharse. Se retiró como ermitaño al Monte Carnerio y lo acogieron los franciscanos de Fonte Colombo, cerca de Rieti, con quienes vivió hasta su muerte en 1343.

Beatos Juan Rochester y Santiago Walworth. Los dos eran sacerdotes y monjes de la Cartuja de Londres. Se negaron a reconocer la supremacía espiritual del rey Enrique VIII sobre la Iglesia de Inglaterra, por lo que, después de someterlos a cárcel y torturas, los colgaron con cadenas de las almenas de la muralla de la ciudad de York y allí los dejaron morir lentamente.


PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico :

«Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor» (Salmo 24,6-7).


Pensamiento franciscano :

De la paráfrasis de san Francisco sobre el Padrenuestro: «Oh santísimo Padre nuestro... que estás en el cielo: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para el conocimiento, porque tú, Señor, eres luz; inflamándolos para el amor, porque tú, Señor, eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú, Señor, eres sumo bien, eterno bien, de quien viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien» (ParPN 1-2).


Orar con la Iglesia :

Oremos llenos de confianza a Dios nuestro Padre. Él sabe que tenemos necesidad de muchas cosas.

-Para que la Iglesia busque e impulse siempre el reino de Dios y su justicia en este mundo.

-Para que los gobernantes sepan arbitrar medidas eficaces para solucionar los graves problemas que afectan sobre todo a los pobres y desamparados.

-Para que los países ricos ayuden a los países pobres, distribuyendo mejor la riqueza y facilitándoles los medios para alcanzarla.

-Para que los cristianos no caigamos en la tentación fácil de absolutizar el dinero ni de acumular codiciosamente.

Oración: Dios, Padre nuestro, venga a nosotros tu reino; venga a nosotros tu justicia y que tu amor promueva y regule las relaciones humanas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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CON LOS PIES EN TIERRA Y EL CORAZÓN EN EL CIELO Benedicto XVI, Ángelus del 27 de febrero de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de hoy [Domingo VIII TO-A] se hace eco de una de las palabras más conmovedoras de la Sagrada Escritura. El Espíritu Santo nos la ha dado a través de la pluma del llamado «segundo Isaías», el cual, para consolar a Jerusalén, afligida por desventuras, dice así: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49,15). Esta invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios se nos presenta también en el pasaje, igualmente sugestivo, del evangelio de san Mateo, en el que Jesús exhorta a sus discípulos a confiar en la providencia del Padre celestial, que alimenta a los pájaros del cielo y viste a los lirios del campo, y conoce todas nuestras necesidades (cf. 6, 24-34). Así dice el Maestro: «No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso».

Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso, evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que no es posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios, Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de un ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y del miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos. En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos demostró lo que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios.

Queridos amigos, a la luz de la Palabra de Dios de este domingo, os invito a invocar a la Virgen María con el título de Madre de la divina Providencia. A ella le encomendamos nuestra vida, el camino de la Iglesia y las vicisitudes de la historia. En particular, invocamos su intercesión para que todos aprendamos a vivir siguiendo un estilo más sencillo y sobrio en la actividad diaria y en el respeto de la creación, que Dios ha encomendado a nuestra custodia.

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QUE EL ALMA SE EJERCITE EN LA ORACIÓN CONSTANTE San Buenaventura, de la "Vida perfecta para religiosas"

A quien eligió a Cristo por esposo y desea adelantar en espíritu, le es en gran manera necesario que ejercite su alma en constantes prácticas de oración y en devociones; porque, a la verdad, el religioso indevoto y tibio, que no frecuenta asiduamente la oración, no sólo es miserable e inútil, sino que delante de Dios lleva un alma muerta dentro de un cuerpo vivo.

Y tiene tanto poder la devota oración, que sirve para todo, y en todo tiempo puede el hombre ganar por medio de su ejercicio: en invierno y en verano, en tiempo sereno y de lluvias, de noche y de día, en días festivos y feriales, en enfermedad y en salud, en la juventud y en la ancianidad, estando de pie, sentado y caminando, en el coro y fuera del coro; aún más: a veces se gana más orando una hora que todo lo que pueda valer el mundo, porque con una pequeña oración devota gana el hombre el reino de los cielos.

Tres cosas te son necesarias para la perfecta oración.

La primera es que, cuando estuvieres puesta en oración, entonces, con levantado ánimo y corazón, cerrados todos los sentidos, debes sin ruido pensar con corazón dolorido y contrito en todas tus miserias, a saber, las presentes, las pasadas y las futuras.

Lo segundo que es necesario en la oración a la esposa de Dios es la acción de gracias, esto es, que con toda humildad dé gracias a Dios su Creador, por los beneficios de él recibidos ya y de los que ha de recibir en adelante. Pues nada hay que haga al hombre más digno de las gracias del Señor como el manifestársele siempre reconocido y darle gracias por los dones recibidos.

Lo tercero que necesariamente se requiere para la perfecta oración es que tu alma en la oración no piense más que en esto solo: que estás orando. Puesto que es muy indecoroso que uno hable con Dios con la boca, y el corazón esté pensando en otras cosas; que medio corazón se dirija al cielo y el otro medio se quede en la tierra.

No te engañes, no te decepciones, no pierdas el gran fruto de tu oración, no pierdas la suavidad, no vayas a frustrar la dulzura que debes sacar de la oración. Pues la oración es un vaso, con el cual se saca la gracia del Espíritu Santo de la fuente que mana de la Santísima Trinidad. Cuando estás en oración, debes recogerte toda en ti misma, y entrar con tu amado en el aposento de tu corazón, y permanecer allí sola con él solo, y olvidarte de todas las cosas exteriores, y levantarte sobre ti con todo el corazón, con toda el alma, con todo el afecto, con todo el deseo, con toda la devoción. Y no debes aflojar el espíritu de la oración, sino, por largo tiempo, subir hacia arriba por medio del ardor de la devoción, hasta que entres en el lugar del tabernáculo admirable, a la casa de Dios.

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EN ORACIÓN CON FRANCISCO DE ASÍS por Tadeo Matura, OFM

La gloriosa Señora y los Santos

Se habrá notado que, en las oraciones de Francisco, María nunca figura sola. Unida a su Hijo, al Padre, al Espíritu, María permanece del lado de «la muchedumbre inmensa de los testigos» de los que es el centro, como se ve en este pasaje de la primera Regla:

Y a la gloriosa madre y beatísima siempre Virgen María, a los bienaventurados Miguel, Gabriel y Rafael y a todos los coros de los bienaventurados serafines, querubines, tronos, dominaciones, principados, potestades, virtudes, ángeles, arcángeles; a los bienaventurados Juan Bautista, Juan Evangelista, Pedro, Pablo, y a los bienaventurados patriarcas, profetas, inocentes, apóstoles, evangelistas, discípulos, mártires, confesores, vírgenes; a los bienaventurados Elías y Enoc y a todos los santos que fueron y serán, y son, les suplicamos humildemente, por tu amor, que, como te agrada, por estas cosas te den gracias a ti, sumo Dios verdadero, eterno y vivo, con tu queridísimo Hijo nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo Paráclito, por los siglos de los siglos. Amén. ¡Aleluya! (1 R 23,6)

En este texto se invoca al «inmenso cortejo de todos los santos». Se le pide con insistencia, a causa de tu amor, que dé gracias al Padre, al Hijo y al Paráclito. Petición ciertamente rara. La constatación de la impotencia humana para cantar a Dios como conviene, impone este recurso a los testigos que ya han llegado a la vida verdadera y al pleno conocimiento. María preside esta gloriosa liturgia celeste: a su alrededor se colocan los espíritus celestes, tres de los cuales llevan nombres propios, Miguel, Gabriel, Rafael, y los otros son reagrupados en los «nueve coros» designados en la Escritura.

Entre los santos, el primero en ser nombrado es «el más grande de entre los hombres», Juan el Bautista, acompañado del amado Juan el evangelista que precede aquí a Pedro y Pablo, que habitualmente son mencionados en primer lugar. Francisco ha debido de acordarse de su nombre de bautismo que era Juan. Siguen, en el orden de las letanías de los santos, las diferentes categorías que recuerdan todas las formas de la santidad cristiana, uniendo, por esa especie de universalidad temporal, el pasado al futuro a través del presente: que fueron, y que serán y que son. Dos nombres poco habituales, Elías y Enoc, evocan a los santos de los últimos días: como no murieron (Gén 5,24), deben volver al fin de los tiempos, y, siendo testigos de la vida futura, son invocados por los agonizantes.

La contemplación del misterio de María en el plan de Dios nos ha permitido ver mejor cómo ella se sitúa en las dos vertientes: las profundidades trinitarias por una parte y la presencia en medio de las criaturas celestiales y de los hombres por la otra. Con ella, madre de Jesús (Hch 1,14), somos llamados a perseverar en la oración, que ha de ser ante todo bendición, alabanza y acción de gracias.

[Cf. T. Matura, En oración con Francisco de Asís, Ed. Franciscana Aránzazu, Oñati 1995, pp. 91-93]


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